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La relación de León Dehon con su padre Julio Alejandro Dehon (1814-1882) está marcada frecuentemente por conflictos y por una falta de recíproca comprensión. En las primeras páginas de las memorias del P. Dehon se nota cómo el crecimiento y educación de ambos fue diverso:

“Mi padre no ha tenido la fortuna de una educación cristiana completa. De su educación e familia ha recibido un sentido de la equidad y de aquella bondad que lo caracterizará durante toda su vida. Perdió la práctica de la vida cristiana en el colegio, de todos modos mantuvo el respeto y la estima por la religión” (NHV I, 4v).

Julio Dehon pertenece a aquella generación francesa que, por primera vez y en el modo más eficaz, fue descristianizada mediante la enseñanza pública. Según el concepto contemporáneo de la figura paterna, Julio Dehon considera el camino de su hijo León como un asunto de familia, es decir un asunto del padre. En una carta al director del seminario de Santa Clara de Roma, este hecho aparece extremamente claro:
“Desearía que León recibiera las órdenes mayores lo más tarde posible y sólo después de una decisión tomada en familia” (carta del 22.03.1867 al p. Freyd).

Todo el proceso vocacional y profesional de León Dehon es fuente de disputas infinitas; por ejemplo, cuando León está a punto de llegar a la Capelle en sotana; la misma incomprensión se nota cuando León funda el Instituto de S. Juan y la Congregación y así pone fin a los sueños de su padre por una carrera eclesiástica.

Por otra parte, recordando estas dificultades no se debe perder de vista el hecho de que la resistencia del padre ha hecho madurar la decisión del hijo. Por otros testimonios cotemporáneso sabemos que Julio Dehon ha tenido una actitud habitualmente muy afectuosa con su hijo. «Mi pobre padre fue admirable de fe y de caridad justo hasta el límite… Fue dulce hasta el último momento, afable y paciente. Nos hizo despedidas muy emotivas. “Yo parto, dijo, con la confianza de que mis hijos guardarán el honor de mi nombre”. Con aquella noble actitud, decía esto tendiéndonos las dos manos. Hizo generosamente su sacrificio. “Les quiero mucho, decía, pero estoy alegre de ir a ver a Dios”. La bendición de Dios era sensible junto a este lecho de muerte» (Carta del 12.2.1882 al p. Falleur).

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